miércoles

JAVIER GONZALEZ PRESENTA A NIETZCHE

El filósofo del cual quisiera ocuparme hoy es Friedrich Nietzsche, nacido en 1844 y muerto en 1900.
Se trata de un intelectual que ejerció una influencia tal en la historia del pensamiento que prescindir de su obra implicaría no entender acabadamente  toda la filosofía del siglo XX.
Su crítica despiadada a la sociedad de su época, afectada por una profunda crisis de fe religiosa, busca la superación del “nihilismo” (en griego nihil: nada) reinante.
Ahora bien, el término “nihilismo” bajo la óptica de Nietzsche tiene al menos tres (3) acepciones posibles:
a) negación radical de todos los valores;
b) actitud de resentimiento a la vida; y
c) actitud del hombre, quien ante la noticia de que “Dios ha muerto”, pasa a considerar la existencia como algo absurdo.
En primer término debería hacerse mención al hecho de que Nietzsche antes de convertirse en filósofo fue un filológo clásico, es decir, un especialista en lengua, literatura y civilización antiguas, en su caso particular, respecto de la cultura griega.
En ese contexto se ve impresionado por el contraste existente en el mundo helénico, representado, por un lado, por las pasiones de las epopeyas homéricas (La Ilíada y La Odisea) y por las tragedias de Esquilo y de Sófocles; y por el otro, por la filosofía de Sócrates y sus alumnos Platón y Eurípides, dominada por la razón y caracterizada por la condena a las pasiones y a lo sensible.
El fondo de la realidad humana, sostenían los griegos de la época trágica, no estaba constituido por la razón sino por las pasiones, los deseos, el caos, lo irracional, y los sufrimientos derivados del conflicto y la contradicción.
Influenciado por esta visión del mundo escribe en 1872 “El origen de la tragedia”, obra en la que se pone de relieve el referido contraste, representado por la figura de los dioses Apolo (lo apolíneo representado por la apariencia, la proporción y la forma) y Dionisio (lo dionisíaco representado por la embriaguez, el salvajismo y los excesos), respectivamente.
En este sentido Nietzsche basa su filosofía en la materialidad de la vida, definida ésta como un devenir. 
Asimismo cabe traer a colación el pensamiento de Arthur Schopenhauer, por constituir el único bagaje filosófico de Nietzsche y su consuelo por un universo sin Dios.
En su obra cumbre “El mundo como voluntad y representación” Schopenhauer afirma que  el fondo de la realidad de los seres es la voluntad (representada por el deseo o las ganas de vivir), la cual, por ser ciega y por carecer de  una finalidad determinada, empuja al hombre hacia objetivos inconscientes e ilusiones, embaucándolo trágicamente.
El hecho de desear en forma incesante, empujado por una fuerza irresistible, irracional e inconsciente conduce al hombre a una especie de tortura del deseo.
En esta visión pesimista de Schopenhauer respecto de la vida del hombre en la Tierra existe, sin embargo, un escape momentáneo del sufrimiento que se logra a través del arte, más específicamente, mediante la música.
De allí la influencia que el músico Richard Wagner ejercerá, en un primer momento, sobre el joven Nietzsche, quien lo considerará el representante del renacimiento de la cultura europea por rescatar del pasado la tragedia griega. Más tarde el creciente nacionalismo del artista provocará el distanciamiento entre ambos.
En este punto cabe destacar que a diferencia de lo sostenido por Schopenhauer desde su ateísmo, Nietzsche verá en el anuncio de “la muerte de Dios” (en su obra “La gaya ciencia” de 1882) una maravillosa oportunidad de superación por parte del hombre, enfrentado a la libertad más absoluta.  
A lo largo de su vida Nietzsche conservará la idea de que la realidad es caótica, irracional, inconsciente y vinculada a los afectos. De este modo el pensamiento consciente, es decir, la razón, la filosofía y la moral se revela para él superficial y abstracto.
Bajo esta óptica sostiene que Occidente, con Sócrates y la filosofía a la cabeza, eligió intentar resolver el problema del mal, la guerra y el sufrimiento (o lo que en esencia podría definirse como la cuestión de las pasiones) desacreditando el cuerpo, lo sensible y hasta la vida misma, enfocándose en la razón, la justicia, la lógica, lo consciente y la virtud.
Mediante un estilo caracterizado por la utilización de párrafos cortos, aforismos y máximas Nietzsche se inclinará por acometer una empresa filosófica de crítica y anàlisis de la cultura contemporánea, escribiendo entre 1873 y 1876 “Consideraciones intempestivas”.
Afirma que la llamada “moral” occidental se parece más a una negación de los afectos y no es nada más que una enfermedad: la “debilidad” o “decadencia”, la cual, al no saber dominar las pasiones, las niega y las calumnia, atribuyéndoles todo el mal.
De esta forma la emprenderá contra toda la tradición occidental, enfrentándose, con mayor violencia y con exclusividad, con la moral cristiana (“El Anticristo” de 1888).
Ser fuerte es dominar el caos conflictual de los deseos. Es este aumento de la fuerza, y no la paz del alma por la negación de los deseos lo que Nietzsche llamará “felicidad” o “buen humor”, signo de excelente salud.
Por el contrario, la racionalidad y la moral de la civilización occidental resultan, a su criterio, síntomas de una enfermedad que postula la renuncia, la negación y la acusación, y se manifiesta en todos los campos: instituciones, ideologías políticas, creación artística o concepciones estéticas, ideales científicos y teorías del conocimiento, filosofía y teología.
De allí se derivan sus posturas cada vez más críticas hacia la democracia, el estatismo, el socialismo, el arte de Wagner (otrora admirado), los filósofos, el cristianismo, por considerarlos “hostiles a la vida”.
Desde esta perspectiva los grandes valores e ideales de Occidente son, desde Sócrates hasta Schopenhauer, ídolos huecos, negadores de la vida, pues el ideal supremo que los resume a todos ellos es un sepulcro vacío.
Ahora bien, una vez establecida la afirmación de que “Dios ha muerto” y de que fuimos nosotros los hombres quienes lo hemos matado (incluido el propio Nietzsche) viene, a mi criterio, lo mejor de su filosofía, ya que más allá del bien y del mal, de la muerte de Dios y del “nihilismo”, Nietzsche incita a la creación de nuevos valores afirmadores de la vida (valores dionisíacos) e invoca su idea del eterno retorno de lo idéntico (“Así habló Zaratustra” 1883 a 1885), en contra de la idea occidental y cristiana del progreso y la historia de la salvación.
El llamado “superhombre” (el hombre para Nietzsche se encuentra entra la bestia y ese ser que intenta superarse), lejos de la errónea interpretación efectuada por el nazismo, será entonces aquel capaz de amar toda la realidad, por más horrorosa y problemática que ésta sea, “adelante, atrás y por los siglos de los siglos”,  a pesar de la ausencia de sentido y de salvación.
Con el afecto de siempre.