Schopenhauer fue quien planteó
con más firmeza la pregunta sobre el significado de la multitud y lo
multitudinario.
La multitud no es nadie. En la
multitud no hay nadie. La multitud ni siquiera habla, es hablada; y por tanto,
lo que hay dentro de ella es una nada ruidosa.
Estoy convencido de que los
hombres no somos semejantes. Somos tan diferentes como lo son nuestras huellas
digitales o nuestro ADN: cualquiera de los discursos sociales que nos convoque
a la semejanza será sospechosamente manipulador y en algunos casos, fascista.
Lo que resulta evidente es que en
los oscuros tiempos en los que prevalece lo multitudinario, la individualidad
se extingue y las voces del misterio se ocultan en la oscuridad que generan las
creencias masivas.
Hace unos años lo anunció el
filósofo Theodorov: Nunca como hoy la palabra estuvo tan prohibida·
En el transcurso de esta década,
escuché en todas las conversaciones que me merodeaban un signo desesperante:
todo lo que se hablaba era una descarada publicidad del silencio. Hablar es
empezar de nuevo, es subvertir lo que dijimos ayer. Lo que escuché, en cambio,
era un silencio aterrador, cómplice de un complot globalizador. En el presente,
casi todas las conversaciones que escucho sólo denuncian su miedo a hablar.
Nadie dice nada. O todos se apuran para manifestarse arrepentidos. Es la más
compleja conjura de los necios que puede describirse. Los argentinos nos hemos
convertido en diseños ejemplares del hombre sujetado que describió Hobbes.
Pensar se parece más a saber
preguntar que a responder memoriosamente lo que ya sabés. Si tenés tu
respuesta, entonces no estás pensando.
Michel Houellebeck coloca una
frase asombrosa en el comienzo de uno de sus libros, una frase que ilumina el
abismo de la ignorancia que nos aprisiona. Dice: ¿Qué es lo primero que hace
una rata inteligente cuando se despierta?
Husmea. Cuando dejas de husmear, te
transformas en un militante de tus creencias.
Estoy convencido de que fuera de
Engels y de Trotsky, la izquierda jamás pensó. El pensador no busca soluciones.
Sabe que no las hay. El marxismo y, sobre todo, el trotskismo, fueron
religiones que intentaron salvar al hombre. La militancia fue siempre una
palabra muy sospechosa: el verbo militar coincide con el sustantivo militar.
Pero ese silencio vergonzante no
se ubica solamente en la geografía del discurso de la clase media. Está
expresada con mayor vigor en las poesías y en las canciones del rock nacional.
Hasta fines del siglo pasado, no
era tan visible como hoy el rumbo que ha tomado la poesía y las letras del
rock.
Los grandes poetas y los grandes
letristas del rock (Charles Bukowski, Raymond Carver, Roberto Bolaño, Lou Reed,
Leonard Cohen, Tom Waits) usan sus estrofas para narrar las vicisitudes del
mundo. No están persiguiendo ciertas rimas o ciertos hallazgos gramaticales.
En sus letras el mundo nos surge.
Hasta se siente el aroma de esa desdicha en que consiste existir, las calles
del mundo se sienten visitadas por esas voces. Ninguno de esos tipos que
mencioné parece estar alojado en el salón de vanidades de los triunfadores. Si
no vas a contarme nada, no me hables. No me interesan los frívolos vericuetos
de tu alma ni los emocionados reclamos de una vida mejor.
¿Cuándo comenzamos a percibir la
inmunda borrachera de letras que convocaban a la argentinidad y al festejo de
la muerte del alma? ¿Fue solamente responsabilidad de Santaolalla y su aclamada
capacidad de transformar un disco inteligente en una hamburguesa exitosa? ¿Nos
dimos cuenta al sentir náuseas cuando nos embadurnábamos con esa melaza musical
de Bersuit, Los Piojos o La
Renga ubicada a miles años luz del más talentoso disco jamás
escuchado en castellano: Artaud, de Luis Alberto Spinetta?
Dos enfermedades acosan a los
compositores argentinos: la mediocridad de todas sus composiciones y la
carencia irremediable de talento para componer discos conceptuales, escapado de
esa celda de cancioncillas exitosas en la que se encuentran aprisionados.
Sin embargo, muchos de nosotros
seguimos aguardando el advenimiento de los poetas. La aparición violenta y
lacerante de una voz que surja de los abismos para resignificarnos.
Mientras tanto, nos encontramos sumergidos en esta
empalagosa ciénaga de música repulsiva.