martes

JAVIER GONZALEZ PRESENTA HEGEL

En programas anteriores estuvimos conversando acerca de dos pensadores pertenecientes a la filosofía idealista, esto es aquella escuela que, en su intento por conocer y comunicar la realidad, parte del sujeto y no desde el objeto. Me estoy refiriendo al francés Descartes y al alemán Kant.
En esta oportunidad haré mención a quien completa la trilogía, el filósofo Georg Wilhelm Friedrich Hegel, a quien debemos ubicar en la segunda mitad del siglo XVIII y primera mitad del siglo siguiente.
Hegel es considerado el filósofo de la revolución francesa, ya que del mismo modo que en el plano político la burguesía capitalista europea se apodera de la totalidad del poder; en el aspecto filosófico tal situación encuentra su correlato en un apoderamiento racional de la totalidad de la realidad. A este respecto el pensador declara: “La historia es mi materia” y “La historia es lo que tengo que pensar”.
Para Descartes la única certeza, el único conocimiento acerca de cuya verdad no puede dudarse, se vincula con el cogito (su frase: “cogito, ergo sum” debe traducirse como “pienso, luego soy”), es decir, con el primer conocimiento seguro y con el fundamento de cualquier otra verdad. Sin embargo, con relación al mundo exterior, al que llamó “res extensa”, recurre a la veracidad divina, o sea, a la ayuda de Dios.
En el caso Kant habíamos visto que, prescindiendo de la ayuda divina, partía de un sujeto cognoscente, quien en definitiva es el que le da forma a la realidad, aunque reconocía que la realidad en sí resultaba incognoscible. Esta última circunstancia tiene su correlato en el plano político con el hecho que la burguesía, hasta ese momento, no se había adueñado aún de todo el poder.
Por el contrario, para Hegel los términos “sujeto” y “objeto” (en este último caso son sinónimos “materia “ o  “sustancia”) son lo mismo. Para él, el sujeto es el hombre, y el objeto, la historia humana, y ambos se van haciendo al mismo tiempo.
La historia humana es la historia del desarrollo autoconsciente del espíritu, y el hombre, a su vez,  va dándose forma a través de la historia para constituir lo que que Hegel llamó un saber o espíritu absoluto.
De esta forma la razón se apropia de toda la realidad, entendiendo a ésta como la realización de la historia  humana y como el desenvolvimiento dialéctico de la historia del hombre.
En definitiva, la historia y el sujeto que la hace son la misma cosa.
Ahora bien, cabe en este punto explicar la forma en la que, para Hegel, se produce el desarrollo histórico. El mismo es teleológico (del griego “telos” que significa “fin”) porque Hegel estudia la finalidad de la historia. Para él, lo hechos históricos tienen un sentido y se desarrollan linealmente.  Cada desarrollo, a su vez, constituye una totalización de las formas históricas anteriores, esto es,   contiéndolas. Esta circunstancia lo lleva a declarar que: “Ahora la historia en mí se sabe a sí misma”. Es decir, habiendo partido de los griegos la historia, según Hegel, concluye en él.
La mencionada totalización puede ser resumida a través de tres grandes momentos: a) afirmación; b) negación; y c) negación de la negación. Tal vez un ejemplo de este desarrollo histórico podríamos encontrarlo en el orden feudal (primer momento: afirmación), en la burguesía que se apodera del poder político (segundo momento: negación) y finalmente, en un tercer momento (aunque sólo verificado en el plano teórico del pensamiento de Karl Marx) constituido por el surgimiento del proletariado que vence a la burguesía.
De esta manera, una vez alcanzada la totalización, el proceso no se detiene allí sino que vuelve a empezar y el hombre va haciendo su historia a través de rupturas, quiebres y negaciones.
Finalmente, corresponde señalar que la mayores críticas que recibió la filosofía hegeliana se vincularon a la categoría de totalidad y fueron realizadas por parte del posmodernismo y el post estructuralismo, en el sentido  que dichas escuelas consideran que la historia no tiene sentido ni progresa linealmente, sino que, realidad, se trata de una sucesión de infinitos fragmentos carentes de relación entre sí.