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Javier Gonzalez presenta a Martin Heideguer

En esta ocasión me he propuesto la dificil tarea de intentar acercarme a la obra del alemán Martín Heidegger, quien es considerado el filósofo más importante del siglo XX.
Se trata sin dudas de un personaje oscuro desde el punto de vista político, no tanto por su actuación pública durante los años de surgimiento del nazismo, sino por haberse excusado sistemáticamente de emitir juicio de valor alguno respecto de las atrocidades perpetradas por el régimen de Hitler, luego de concluida la Segunda Guerra Mundial.
Nació en 1889 y murió en 1976 y su pensamiento recibió la influencia de su maestro Edmund Husserl, creador de la fenomenología, movimiento filosófico que aspira al conocimiento estricto de los fenómenos, entendiendo a éstos como “...las cosas tal y como se muestran, tal y como se ofrecen a la conciencia”.
Junto a Jaspers, Camus, Kafka, Simón de Beauvoir y Sartre, Heidegger militó en la filas del existencialismo, movimiento surgido en Europa que si bien tuvo sus antecedentes en el siglo XIX a partir de la obra de Kierkegaard, fue producto de las guerras y las luchas de clase que se produjeron durante el siglo pasado.
En 1927, con la publicación de “Ser y Tiempo” de Martín Heidegger el existencialismo, cuyo principio fundamental se centra en el análisis de la existencia humana, comienza su desarrollo y alcanza su apogeo en la década del 40.
Más tarde Heidegger reconocerá que la musa inspiradora de la esa obra resultó ser una alumna judía suya con quien mantuvo un romance extra matrimonial durante dos años: Hannah Arendt.
En el existencialismo la existencia es concebida como algo que se crea a sí misma en libertad, que deviene, que es proyecto, que sólo pertenece a los seres que pueden vivir libremente.
La distinción entre sujeto y objeto que plantea la metafísica tradicional desaparece para los existencialistas, para quienes la vivencia de la realidad prevalece por sobre el conocimiento de ésta.
La realidad es vivida, básicamente, a través de la angustia, es decir, mediante la toma de conciencia por parte del hombre de su finitud.
En tal sentido Heidegger denominará “dasein” al hombre, cuya traducción del alemán significa “ser ahí”, refiriéndose a que el ser humano se encuentra como “arrojado a la existencia”. Nótese aquí la evidente diferencia con la filosofías idealistas de Descartes, Kant o Hegel, para quienes existía un sujeto cognoscente, constituyente de la realidad.
El filosofía de Heidegger no es más que una analítica interpretación del “dasein”. Dicho análisis descubre, ante todo, la contingencia de su ser.
Aparece inexplicablemente en la realidad, suspendido sobre la nada y entre sus muchas y fortuitas posibilidades, donde sólo una es necesaria: el morir. Por tanto, el “dasein” es un ser para la muerte.
Resulta por demás claro que planteado de esta manera la angustia tarde o temprano se hará presente en la existencia del “dasein”,  el cual, desinteresado de los entes que lo rodean (en momentos de verdadera angustia los entes pierden toda importancia en nuestra existencia) deberá elegir entre tener lo que Heidegger llama una “existencia auténtica” o una “existencia inauténtica”.
Deberá aceptar entonces el “dasein” su finitud y hacerse cargo de las decisiones que vaya tomando ante las distintas  posibilidades que se le presenten, superando la angustia que provocan las encrucijadas, o vivir bajo el “señorío de los otros” (ejemplo: los medios de comunicación) permitiendo que los demás decidan por él.
Algunas de las características de la exsitencia inauténtica son: a) la avidez de novedades (que impide la profundización de cualquier tema y que deriva en lo que Heidegger denominará la “errancia”, esto es, el “saltar de un tema al otro” de manera superficial ; b) las habladurías (el “se dice...”);  y c) la adopción de conductas impuestas por los otros. En este supuesto el  “dasein” buscará no pensar en la finitud de su propia existencia y en el hecho de que nadie podrá morir por él. Tratará de buscar la manera de “aturdirse” y de creer que la muerte es algo que le sucede a los otros y no a él.
Heidegger, al igual que Marx, representa una crítica a la modernidad capitalista, aunque sin plantear, en su caso, una lucha de clases ni la liberación de los pueblos a través de la clase obrera.
En su obra “Cartas sobre el Humanismo” partirá de lo que se denomina “el olvido del ser”.
El hombre de la modernidad capitalista, dominador de la naturaleza mediante la técnica, se lanza al dominio de los entes y se olvida del ser. Se ha extraviado por completo y el dominio de lo óntico lo ha llevado a someter a la naturaleza.
Heidegger es el único filósofo que se preocupa por el arrasamiento y la destrucción de la Tierra.
Nunca dirá qué es el ser (el objeto de “Ser y Tiempo” es aclarar “el sentido del ser”, lo que significa “ser”). Sin embargo es posible intuir que cuando habla de “ser” se está refiriendo a la búsqueda de cierta trascendencia.
La postura de Heidegger criticando al capitalismo sin plantear una revolución parece no pasar nunca de moda.
La influencia de Heidegger en las ideas de, por ejemplo, Jean Paul Sartre resultan más que evidentes.