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Javier Gonzalez presenta El Barroco

En esta ocasión, en un intento por darle a esta columna una cierta coherencia temporal, me gustaría referirme al Barroco, esto es, al movimiento cultural y artístico propio del siglo XVII que se desarrolló en Europa. A pesar de tratarse de una época de crisis, en el arte, y especialmente en la literatura, se vivió un momento de esplendor. Se trata en realidad de una evolución del arte renacentista, caracterizado por la exuberancia ornamental y la complejidad formal. En las obras de arte, recargadas con adornos superfluos, se destacó la profusión de la línea curva. En la literatura, la acumulación de elementos estéticos o conceptuales resultó muy marcada y los temas se centraron en el desengaño y el pesimismo, predominando los contrastes (luz y oscuridad, materia y espíritu y lujo y miseria). Durante la Edad Media el hombre había concebido la vida como un valle de lágrimas y la muerte, en ese contexto, resultaba, en ocasiones, como una suerte de liberación. Por el contrario el hombre renacentista consideraba a la vida como una etapa en la que había que disfrutar todo lo que fuera posible. El hombre del Barroco percibe al mundo como un conjunto de falsas ilusiones que acaba con la muerte. En España este movimiento transcurre bajo los reinados de los tres últimos reyes de la casa de Austria: Felipe III, Felipe IV y Carlos II, resultando evidente el contraste entre decadencia política y social, por un lado, y el florecimiento artístico, por el otro. En literatura se critica y se satiriza acerca de la ambición, el poder y el dinero. Por otra parte, lo breve de la vida, que es vista como un rápido paso hacia la muerte, es otro tema que atormenta a los hombres del Barroco. Producto de esta época de contrastes surgen dos corrientes literarias que se oponen pero que, sin embargo, persiguen el mismo fin: romper con el equilibrio clásico. El culteranismo cultiva la forma de las palabras, dejando en un segundo plano su contenido y utilizando un lenguaje ampuloso y culto; y el conceptismo, profundiza en el sentido de las palabras, pudiendo ser definido como una agudeza mental que da preferencia a las ideas con el fin de impresionar la inteligencia o el deseo de decir mucho con pocas palabras. Los recursos que utiliza el culteranismo son aquellos vinculados a: 1) el abuso de la metáfora con el fin de crear un mundo de belleza absoluta; 2) el uso frecuente de palabras tomadas del latín o del griego; 3) el abuso del hipérbaton, esto es, la alteración del orden de una oración, lo cual dificulta su comprensión; y 4) el uso de palabras parónimas, es decir, aquellas de un sonido parecido pero de diferente significado. Por su parte, los recursos del conceptismo se relacionan con: 1) el uso frecuente de metáforas, aunque no para embellecer sino para impresionar la inteligencia; 2) juegos de palabras, consistentes en la utilización de una misma palabra con diferentes significados; 3) un estilo breve y conciso (“lo bueno, si breve, dos veces bueno”); 4) la utilización de antítesis de palabras, frases o ideas, con el fin de impresionar y agudizar la mente. Los máximos representantes de estas dos tendencias fueron Luis de Góngora y Franciso de Quevedo, respectivamente. La obra culterana más importante de Góngora fue la “Fábula de Polifemo y Galatea”, de corte mitológico y que narra el apasionado amor entre el gigante Polifemo y la ninfa Galatea. Otra obra del mismo tenor es el poema “Las soledades”, en el que se exalta la naturaleza. También escribió sonetos en los que predominan las sátiras a sus enemigos, entre ellos, Lope de Vega y Quevedo. El estilo de Góngora se caracteriza por la utilización de un lenguaje poético muy elaborado, muy culto y muy selecto, lleno de metáforas originales. Quevedo, por su parte, escribió en prosa: la novela picaresca “Vida del Buscón llamado Pablos”; y además, obras ascéticas, filosóficas y políticas como “La cuna y la sepultura” y “Política de Dios”; y satírico-morales, como “Los sueños”. Sus poesías fueron publicadas recién después de su muerte en un libro titulado “Parnaso español”. Los temas de su poética son muy variados: poesía satírica y burlesca, ataques a Góngora y poesía filosófica de dolor por la decadencia de España. La personalidad literaria de Quevedo resulta extremadamente compleja ya que conviven en él el moralista riguroso, el satírico de afilado ingenio, el lírico de pureza exquisita y el escritor político de ideas claras, logrando demostrar a lo largo de su extensa obra su increíble dominio de la lengua.