Me levanto sobresaltado; si por
lo menos pudiera dejar de pensar, ya sería mejor. Los pensamientos son lo más
insulso que hay. Más insulso aún que la carne. Son una cosa que se estira
interminablemente, y dejan un gusto raro. Y además, dentro de los pensamientos
están las palabras, las palabras inconclusas, las frases esbozadas que retornan
sin interrupción: "Tengo que termi...yo ex...Muerto...M. de Roll...ha
muerto...No soy...Yo ex..." Sigue, sigue, y no termina nunca. Es peor que
lo otro, porque me siento responsable y cómplice. Por ejemplo, yo alimento esta
especie de rumia dolorosa: existo. Yo. El cuerpo, una vez que ha empezado, vive
solo. Pero soy yo quien continúa, quien desenvuelve el pensamiento. Existo. Pienso
que existo. ¡Oh, que larga serpentina es esa sensación de existir! Y la
desenvuelvo muy despacito...¡Si pudiera dejar de pensar! Intento, lo consigo:
me parece que la cabeza se me llena de humo...y vuelve a empezar:
"Humo...no pensar...no quiero pensar. No tengo que pensar que no quiero
pensar. Porque es un pensamiento". ¿Entonces no se acabará nunca?
Yo soy mi pensamiento, por eso no
puedo detenerme. Existo porque pienso...y no puedo dejar de pensar. En este
mismo momento - es atroz - si existo es porque me horroriza existir. Yo, yo me
saco de la nada a la que aspiro; el odio, el asco de existir son otras tantas
maneras de hacerme existir, de hundirme en la existencia. Los pensamientos
nacen a mis espaldas, como un vértigo, los siento nacer detrás de mi cabeza...,
si cedo se situarán aquí delante, entre mis ojos, y sigo cediendo, y el
pensamiento crece, crece, y ahora, inmenso, me llena por entrero y renueva mi
existencia.